domingo, 23 de agosto de 2009

Reflexión

A continuación, les damos a conocer un hermoso ¨ensayo¨, perteneciente a Martín Descalzo. Si bien podría llegársele a objetar alguna cosa, preferimos no antecederlo con un largo y aburrido preámbulo y dejar que el texto les hable por sí mismo:



TEORÍA DEL CASCABEL

Toda buena metáfora es como un relámpago que enciende, de repente, la noche. Así me iluminó a mí -hace ya tantos años que apenas lo recuerdo- un viejo texto de Ortega y Gasset que hoy quisiera comentar aquí para mis jóvenes amigos.
¨Todos -decía- somos ( o más bien deberíamos ser, porque algunos se empeñan en no serlo) como el cascabel, criaturas dobles, con una coraza externa que aprisiona un núcleo íntimo, siempre agitado y vivaz. Y es el caso que, como en el cascabel, lo mejor de nosotros está en el son que hace el niño interior al dar un brinco para librarse y chocar con las paredes inexorables de su prisión¨.
¿Quién, que esté vivo, no ha experimentado alguna vez ese desdoblamiento degarrador de su vida? ¿Quién no conoce ese algo que quiere volarle dentro y ese encadenamiento en el que vivimos? Las palabras nos atan, el tiempo nos encadena, el hombre cree ser libre, pero es su propia condición quien la maniata. A mí nunca me han preocupado los condicionamientos exteriores. Desde fuera nadie puede quitarnos la libertad. Nos la quita la simple realidad de existir, esa coraza externa que parece rodear nuestros sueños, nuestras aspiraciones. ¿No habéis sentido millares de veces que todo se os queda corto, que cuando amamos, escribimos, construimos, el amor, los libros o cuanto hacemos no son ni sombra de los sueños con los que proyectamos? Ser hombre es saber que nunca se llegará a serlo del todo, reconocer que en todos los caminos nos quedamos a medias. El cascabel de nuestras esperanzas se encuentra permanentemente encorsetado en la coraza de la realidad.
¿Qué hacer entonces? ¿Aburguesarnos? ¿Amargarnos? Un burgués y un resentido es alguien a quien el cascabel se le ha convertido todo él en coraza. Se les ha endurecido lo que tenían de niños, de ilusión; se ha vuelto todo piedra, incluso lo que debía ser ese núcleo íntimo, siempre agitado y vivaz. Son los que cambian ese núcleo por su ambición, por el dinero o el poder. Ya no podrán sonar nunca, se han vuelto sólidos y estériles.
Los que siguen ¨sonando¨ (viviendo, produciendo) son quienes no se resignan a estar muertos y hacen que su alma de niños siga, terca, golpeándose con la realidad, chocando con las paredes inexorables del tiempo, de nuestra prisión. Esa es nuestra verdadera música, la vida despierta.
Un verdadero creador (de su obra o de su vida personal) es alguien permanentemente insatisfecho, alguien que todos los días lanza su alma a la aventura, que no teme los choques, que se mantiene terca e insobornablemente adolescente, que nunca se considera maduro o concluido, que vive en un perpetuo redescubrimiento de su propia alma.
Los cínicos, los pasotas, los amargados, se mueren en plena juventud. Los instalados, los que sólo producen dinero, los que no tienen más sueño que el de poseer (lo que sea) están secos. Su campana no suena. Ya no son un cascabel. Cuando más un cencerro.